El lugar al que se vuelve / The Place We Return To
Este proyecto cierra 2025.
No porque sea el último trabajo del año, sino porque contiene algo que ha estado presente, de forma más o menos consciente, en todos los ajustes que he ido haciendo durante estos meses. Ha sido un año de reordenar, de quitar capas, de escuchar con más atención qué tenía sentido sostener y qué no. Un año de aceptar que algunos caminos, aunque conocidos, ya no me llevaban a ningún sitio, y que otros, más inciertos, pedían ser explorados con calma.
En ese contexto aparece esta pieza.
Tiene para mí un significado que va más allá de lo profesional o de lo patrimonial. Hay algo en la motonave Ernesto Anastasio que me toca en un lugar profundo, anterior incluso a mi propia memoria.
En el primer trabajo que realicé para el Museu Marítim de Barcelona, a través de Ana Gonzalvo y 52Azul, mantuve una larga conversación con Silvia Dahl, que con el tiempo se convirtió en mi contacto dentro del equipo del museo. Hablamos, como suele pasar cuando hay confianza, de nuestra relación con la mar. De cómo ese vínculo no siempre nace de una elección consciente, sino que a veces nos precede y nos acompaña sin que sepamos muy bien de dónde viene.
Como hago a menudo, le expliqué que mi relación con la mar viene de muy lejos. Tan lejos que siempre he tenido la sensación de que empieza incluso antes de que mis padres se conocieran. He pensado muchas veces que mi historia comenzó a tomar forma cuando mi padre decidió estudiar para ser jefe de máquinas, cuando eligió una vida entre motores, salas cerradas y travesías largas. Y cuando mi madre, por su parte, tomó su propio camino, sin saber que ambas trayectorias acabarían cruzándose en un mismo punto flotante.
Ese punto fue el Ernesto Anastasio, en uno de sus viajes entre Barcelona y Las Palmas de Gran Canaria. Él trabajando a bordo, como oficial de máquinas. Ella viajando como pasajera con unas amigas. Dos vidas que coincidieron en un barco, en el mar, sin saber que de ese encuentro surgiría todo lo demás.
Cuando le conté esta historia a Silvia, se quedó en silencio unos segundos. Después me dijo algo muy sencillo:
“Entonces tienes que venir el jueves que viene.”
Ese día, como cada jueves desde hacía ya un par de años largos, un equipo de voluntarios de la Associació d’Amics del Museu y parte del equipo de conservación del propio museo dedicaban horas silenciosas y precisas a la restauración de la maqueta de la motonave Ernesto Anastasio. Manos pacientes, gestos mínimos, tiempo largo. Sosteniendo, sin saberlo, una historia mucho más grande que el objeto que tenían delante.
No lo viví como una casualidad. Tampoco como algo extraordinario. Fue más bien una sensación clara de encaje. Como si las piezas, después de mucho tiempo dispersas, empezaran a colocarse con naturalidad. La decisión que estaba tomando —reorientar mi trabajo, unir mis años de experiencia en el audiovisual, la publicidad y el cine con mi origen, con los barcos y con esa relación tan antigua con la mar— encontraba ahí una confirmación silenciosa.
Sé que no es un camino fácil. Sé que costará. Pero hay momentos en los que el rumbo se vuelve evidente, no porque todo sea claro, sino porque deja de haber ruido.
Cerrar 2025 con esta pieza tiene sentido por eso. Porque no habla solo de patrimonio, ni de restauración, ni siquiera de un barco. Habla de cómo, a veces, el trabajo acaba llevándote exactamente al lugar del que vienes. Y de cómo reconocer ese punto puede ser suficiente para seguir adelante, incluso cuando el rumbo no es fácil ni inmediato.
A veces el destino no se manifiesta con grandes gestos.
A veces simplemente te devuelve a un barco y te dice, sin palabras:
vas bien. sigue.
The Place We Return To
This video closes 2025.
Not because it is the last piece of work of the year, but because it holds something that has been present—more or less consciously—through all the adjustments I’ve been making over these months. It has been a year of reordering. Of shedding layers. Of listening more closely to what was worth holding on to and what was not. A year of accepting that some paths, though familiar, were no longer taking me anywhere, and that others—more uncertain—were asking to be explored slowly.
It is within that context that this piece appears.
It carries a meaning for me that goes beyond the professional or the patrimonial. There is something about the Ernesto Anastasio that touches a deep place within me, one that exists even before my own memory.
During my first job for the Maritime Museum of Barcelona, through my friends Ana Gonzalvo from 52Azul, I had a long conversation with Silvia, who would later become my point of contact within the museum staff. We spoke, as often happens when trust is present, about our relationship with the sea. About how that bond does not always stem from a conscious choice, but sometimes precedes us and accompanies us without us fully knowing where it comes from.
As I often do, I explained to her that my relationship with the sea goes back a long way. So far back that I’ve always felt it begins even before my parents met. I have often thought that my story started taking shape when my father decided to study to become a chief engineer, choosing a life among engines, enclosed spaces, and long crossings. And when my mother, for her part, chose her own path, unaware that both trajectories would eventually intersect at the same floating point.
That point was the Ernesto Anastasio, on one of its journeys between Barcelona and Las Palmas de Gran Canaria. He was working on board as a machinery officer. She was traveling as a passenger with a group of friends. Two lives crossing on a ship, at sea, without knowing that from that encounter everything else would unfold.
When I told Silvia this story, she fell silent for a few seconds. Then she said something very simple:
“Then you have to come next Thursday.”
That day—like every Thursday for the past couple of years—a team of volunteers from the Associació d’Amics del Museu, together with part of the museum’s conservation staff, were dedicating long, quiet, precise hours to restoring the scale model of the Ernesto Anastasio. Patient hands, minimal gestures, extended time. Holding—without knowing it—a story far greater than the object before them.
I did not experience it as a coincidence. Nor as something extraordinary. It was more a clear sense of alignment. As if pieces that had long been scattered were beginning to fall naturally into place. The decision I was making—reorienting my work, bringing together my years of experience in audiovisual production, advertising, and cinema with my origin, with boats, and with that ancient relationship to the sea—found there a silent confirmation.
I know it is not an easy path. I know it will be demanding. But there are moments when direction becomes evident, not because everything is clear, but because the noise finally fades.
Closing 2025 with this piece makes sense for that reason. Because it is not only about heritage, nor about restoration, nor even about a ship. It is about how, sometimes, work leads you exactly back to the place you came from. And how recognizing that point can be enough to keep going, even when the course ahead is neither easy nor immediate.
Sometimes destiny does not announce itself with grand gestures.
Sometimes it simply brings you back to a ship and says, without words:
you’re on the right path. keep going.